
La bombilla
Sin saber que ninguno había apagado la luz, llegamos a ese sitio en el que habíamos compartido tantas noches y tantas miradas, el buscarnos, las ganas de vernos que no cesaban, el saber que la otra persona estaba en ese mismo espacio; pero todo se sentía diferente. Cambiamos nuestras ganas por el miedo y nuestro sitio de encontrarnos siempre por un portal con un par de escaleras que estaban frías. Es difícil pensar y argumentar razonadamente cuando está helando. Las palabras no se piensan y los silencios son incómodos, aunque digan mucho más.
A pesar de todo, brindo por pasarme otras dos horas tirada en las escaleras de cualquier portal hablando de la vida si es contigo, dejándote ver, haciéndote vulnerable y yo contigo, aunque se nos congele el cerebro y el corazón de tanto hablar. Porque te veo en todas partes. Y aunque no quiera, no puedo dejar de hacerlo.
Contacto cero, apagar la luz para que baje la factura, una muy buena promesa, pero ambos sabemos que lo hemos probado todo y siempre acabamos por buscarnos el uno al otro. Otro portal, otra despedida, pero los mismos sentimientos. Sabes que odio creer en los imposibles, construir castillos en el aire y no ser realista, pero también no apagar la luz y dejarla siempre encendida hace que la bombilla acabe por gastarse. A veces las luces se dejan encendidas y, sin querer, un día se apagan. Puedes cambiarlas, comprar otras, pensar que darán más luz, pero siempre acabarás comparándolas con aquella luz que siempre dejabas encendida porque era imposible que se gastase, como esa bombilla que se inventó hace muchos años y aún sigue alumbrando. Está en nuestras manos.
0 Comentarios