En términos relativos y no absolutos diremos que no ha sido del todo un fracaso. Tenemos justo lo contrario de lo que queríamos, vendíamos amor barato a precio de un artículo de lujo y como cualquier cliente insatisfecho ambos hemos cambiado de marca.
Algunos prueban a comprar en otras compañías y otros, los que se denominan fieles, simplemente deciden prescindir del artículo que ha salido defectuoso. Pero muchas veces el cliente no sabe que parte de la culpa también es del uso que se le da y de no haber leído bien las instrucciones. Porque, para qué negarlo, todas las personas vienen con cautas instrucciones de cómo proceder.
El problema de los numerosos fracasos radica en que la mayor parte del tiempo se producen por las expectativas que los demás se generan en su cabeza sobre dicha persona y esta ni siquiera ha colaborado en generar dichas expectativas. Los seres humanos somos soñadores por naturaleza y cada noche jugamos a soñar antes de dormir. Algunos sueñan con preocupaciones, otros sueñan con la esperanza, unos pocos con el deseo, quienes tienen el privilegio de recordar anhelan el pasado y unos afortunados con el presente. Pero solo un ínfimo número de personas comparte sus sueños.
Los sueños que no se comparten dan lugar al fracaso, en cualquier ámbito de la vida (familia, pareja, amistades, trabajo, viajes…), por lo que ¿de quién es el problema? El que está al otro lado de la expectativa ni siquiera sabe qué trama de best seller se ha creado la otra persona en su cabeza, mientras que esta última ya está decepcionada preguntándose cómo ha podido aguantar tanto.
Todo lo que no se dice acaba pesando a mares, genera odio y fricción; endurece las facciones del rostro y provoca aumentos de cortisol en la sangre. Sin embargo, siguen quedando personas en el mundo con bajos niveles de egocentrismo dispuestas a mostrar el camino nítido y claro. Personas que además, cuando menos te lo esperas, los pillas de lleno leyendo el manual de instrucciones.