
La cicatriz
Me he engañado a mí misma. Pensaba que no te echaba de menos y en el momento en el que frené mi mundo y paré, me di cuenta de que sí. No quería mencionarte, así no dolías. No quería verte, así no dolías. No quería saber de ti, así no dolías.
Pero me equivocaba, en el fondo de mi ser dolía más. No supe de ti, no quise saber nada. Hasta ese día. Recuerdo ese día porque aún escuece. Como dos personas no adultas intentando ser adultas, quedamos; hablamos de la vida. Todo te iba genial, y yo seguía como siempre. Supongo que las apuestas erróneas se pagan caras. Estuvimos hablando como si no hubiesen pasado años desde que te vi por última vez. Ya no eras mío. Tenías tu sitio en otra parte a la que yo ya no pertenecía. A pesar de todo, nos entendimos muy bien y supiste cómo sacarme de mi burbuja imaginaria de “todo está bien”.
Nos despedimos para siempre, sé que me deseabas lo mejor después de tantas cosas vividas juntos, como yo a ti, pero ese abrazó quemó -como casi seguro nunca otro quemará-. Lo sentí como un “te lo he dado todo y tú no has sabido corresponderlo”. Tengo ese recuerdo clavado dentro de mí y no se va. Supongo que es una cicatriz que queda. Un precio que se paga caro por hacerlo todo mal, deprisa y corriendo. Ahora he aprendido lo que no soy, lo que no quiero ser y lo que no voy a ser.
0 Comentarios