
24 horas
Llevo esperándote dos horas. No sé qué está pasando pero estoy muy nerviosa, no creía que este día fuera a llegar nunca pero en cuestión de minutos aparecerás. No sé cómo lo hago pero consigo controlar mi pulso y hasta me ha dado tiempo a echarme colonia en tus «Llego en tres minutos».
Apareces de repente y yo no puedo controlar mi sonrisa, las ganas de verte. Se nos escapa un abrazo que habla más que cualquier palabra y en lugar de calmar mis nervios, yo me convierto en un batiburrillo de emociones.
Nos miramos como si se hubiera detenido el tiempo años atrás, pero lo cierto es que no, estamos más mayores, pero tú sigues teniendo esa sonrisa que calma hasta la mayor de las preocupaciones.
Pestañeo un par de veces para cerciorarme de que es verdad, de que eres real y de que no es otro más de mis muchos sueños en los que te has colado en todo este tiempo. Rompes el hielo, no sé en qué momento perdí las palabras pero tú haces que las recupere. Y entre nervios, tensión y un reloj que corre, la timidez desaparece.
20 horas más tarde me despierto mirando a alguien dormir a mi lado derecho, todavía no has abierto los ojos y yo ya he tenido un pensamiento por cada hora que he pasado a tu lado. La cortina está mal cerrada y asoma un resquicio de luz que te golpea en la cara y me deja perpleja. Te empiezas a mover y una sonrisa asoma por tu boca, parece que esta habitación de hotel tiene todo lo que necesito por ahora. Te sigo mirando, abres los ojos y yo te beso. Te miro de cerca y constato que no se te ha borrado esa sonrisa que compite firmemente con la luz que arroja la ventana.
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